Rendirse a la vida para aprender de ella
Benditas sean las alegrías trascendentes y las efímeras,
porque me enseñan lo que es la dicha,
benditas las tristezas profundas,
porque me reconectan con mi naturaleza vulnerable y de dependencia con la divinidad.
Bendito sea lo que facilita,
porque me recuerda que no todo requiere de esfuerzo para lograrse,
también benditas las dificultades,
porque me ayudan a fortalecer mi carácter.
Benditas las manos que se extienden cuando lo necesito,
porque me enseñan el significado de la humildad,
benditas también las que no me ayudan,
porque me muestran que hay momentos en que se requiere avanzar solo.
Benditos sean los halagos,
porque me retan a seguir mejorando,
benditas también las críticas,
porque me reflejan las flaquezas en mi amor propio.
Benditos sean los momentos de abundancia,
porque me enseñan que esta se encuentra en entregar valor y no en acumularlo,
benditos los momentos de carencia,
porque me enseñan a no poner mi identidad en lo externo.
Benditos los días en los que desee mi muerte,
porque me enseñaron a desapegarme y a renacer,
Bendito el amor a la vida,
porque me enseña a valorar sus lecciones y a comprender mi único activo real: el presente.